Javier Velaza (1963)
Porque también podría haber sido distinto
y no haber confluido tú y yo en este magma
jamás de los jamases –aduzco unos ejemplos:
ser yo una duna mínima de un desierto lunar
mientras tú un protozoo del Pleistoceno Medio,
(fíjate cuán distinto), o habitar yo Wisconsin
mientras tu cultivaras la vega del Yang-Tse
o, peor todavía, que yo fuera la única
persona en la ciudad que nunca conocieras,
o, más cruel si quieres e igualmente posible,
que no hubiera atinado aquella noche yo
con las grandes palabras y los precisos gestos
y todos los azares disfrazados de chino
no hubieran oportunos traído aquella rosa
donde nunca hubo rosas, donde nunca hubo chinos,
y cuantas otras cosas fueran más verosímiles
que hallarnos tú y yo en tiempo y lugares comunes-
por todo eso sin duda, que no es poco, ya ves,
tenemos el deber contraído de amarnos.
Y porque somos libres de justo lo contrario
también, y porque a veces es el hombre tan torpe
traidor a su fortuna, es menester besarnos
muy mucho y con frecuencia, y todavía más,
pues que luego podría ese azar que te digo
tornársenos hostil y revolverlo todo
y trocarte a ti en duna y en protozoo a mí
o volverme a Wisconsin y a ti al río Amarillo
o hacer que nos cruzáramos en la ciudad sin vernos,
y aún cosas peores, tenemos que abrazarnos
muy fuerte y a conciencia, muchas veces, muy mucho,
y hacerlo cada vez en conmemoración
de que también podría haber sido distinto,
muy distinto, mi amor, que no se nos olvide.