Historias de allí. «La pila»

Relato basado en hechos reales de este mundo (¿o de otro?)

NEH

Jean-Jacques, el «General Manager», llamó a Marta su “Assistant”, a la que dos años antes, al tomar posesión de su cargo, había promocionado. Ahora ya no era simplemente “la secretaria”, su nuevo título significaba que podía servir cafés en castellano y en inglés por el mismo sueldo durante unas horas más al día.

-Marta, mi ratón se ha muerto.

-Te traigo pilas ahora mismo, Jean-Jacques.

-Date prisa, estoy en medio de algo importante.

Tiqui, tiqui, tiqui, tiqui… resonaron sus tacones crude. Y, por un momento, fue como si a un pájaro carpintero le hubiera dado un ataque epiléptico en algún lugar bajo el suelo técnico. Con su falda tabaco, su blusa blanca y su rubio californiano, se dirigió hacia el armario a buscar dos pilas AA para dárselas a su jefe.

Miró y remiró y constató que no quedaba ni una:

-¡Mierdamierdamierdamierda! Seguro que ha sido el gilipollas de Sanchís y, como siempre, no ha avisado de que era la última. ¡Maldito imbécil chupapollas!, así le dé una rampa en el pito, ¡la madre que lo llegó a parir! Estoy rodeada de imbéciles inútiles.

Cerró el armario y se puso el abrigo para bajar a la papelería de la esquina. En el ascensor, y como solía hacer al menos seis veces al día desde hacía 10 años, murmuró:

-Cualquier día pido el finiquito. ¡Joder!, merezco algo mejor que trabajar con toda esa panda de inútiles anormales.

-Mierdamierdamierdamierda. ¿Pues ahora ya me dirás qué leches hago?

En la puerta metálica, escrito a mano sobre un folio y enmarcado con cinta adhesiva de color marrón, se leía:

CERRADO POR DEFUNCIÓN

-¿Hoy?, ¿precisamente hoy tenía que palmar quienseaquesehamuerto? ¡Si es que manda güevos! Si es que es lo que yo digo, que ya no hay respeto por nada ni por nadie. La gente no puede morirse en día laborable, ¡joder!. Lo suyo es morirse el fin de semana, para no alterar el curso del mundo y no molestar a nadie. Es tardísimo, ya son las ocho y veinte. Como no esté abierto el puto chino…

Caminó deprisa calle abajo y entró en el “Bazar chino. Más cerca, más barato”.

-¿Tenéis pilas?

-Buenas tardes, pasillo fondo, derecha.

-Mierdamierdamierdamierda, ¡idiotas! ¿No podían ponerlas más lejos? ¡En China, por ejemplo! ¡Joder! Las pilas se ponen en la entrada, ¡EN-LA-EN-TRA-DA! ¡¿Pero se puede ser más inútil?!

Con una bolsa de plástico blanco en la mano, regresó a la oficina.

Tiqui, tiqui, tiqui, tiqui…

-Toma, Jean-Jacques, las pilas.

-¿Te has ido a China a buscarlas?

-Alguien terminó las del armario sin avisar y he ido a comprar, pero la tienda estaba…

-No necesito datos. Me interesan los resultados. Sé más previsora y no te excuses en los demás. Planifica. Tu falta de profesionalidad es la causa de mi retraso. ¡Proactiva!, debes ser más proactiva. Ya puedes marcharte. Cambiaré yo las pilas al ratón.

-Lo siento mucho. Tomo nota. No volverá a pasar. Hasta mañana, Jean-Jacques (será joputa el puto belga de los cojones este, ¡que se marche a su tierra!, y mañana mato al imbécil de Sanchís sin falta, si es que estoy rodeada de anormales…)

-Mañana puntualidad, que hay reunión. Necesitaremos catering para las dos. Seremos seis.

-Muy bien, Jean-Jacques (¡arsénico te pondré yo en tu catering, puto belga!).

Apagó el ordenador. Se despidió sonriendo y se dirigió a la puerta.

En su despacho, Jean-Jacques arrastró un seis negro sobre un siete rojo.

 

 

 

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