En mi parte más oscura,
sin luz de nadie,
me palpo las palabras.
Invidente que tienta
desconocidos muebles
de una casa ajena.
Acaricio la rugosidad de un pronombre;
la superficie helada de ciertos sustantivos;
la viscosidad pegajosa del adverbio.
Me abrazo al verbo,
que me acoge
con la calidez de un viejo amante.
Me demoro en la musicalidad
de cristal de ciertas frases;
las que vibran al rozarlas cuando paso.
Me dilato allí y,
amparada en mis penumbras,
disimulo en los bolsillos de mi alma
una sintaxis perfecta,
y regresó para hacer cicatrices a las hojas.
Pero no era verdad, que no era perfecta.
Todo fue mentiroso espejismo.
Que yo no nací para ver
lo que vieron los poetas ciegos.
Excelente poema…
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